lunes, 4 de julio de 2011

EL PEREGRINO DE LAS OLAS


Los más devotos afirman que el surf es una especie de religión. Y, como tal, cuenta con sus propios peregrinos, gente que recorre miles de kilómetros en busca de una ola. Hay algunos que van más allá. «Si quieres buenos tubos, vas a Indonesia, pero yo ya no busco eso», confiesa Kepa Acero. Este vizcaíno fue campeón de Europa sub-18, pero antes de cumplir los 24 años decidió abandonar la competición para recorrer el mundo con sus tablas a cuestas. Ya ha probado las aguas de los mares de los cinco continentes, pero este verano comienza una nueva aventura. Pondrá rumbo a Alaska y la Patagonia chilena, dos zonas que nunca antes han sido visitadas por los surfistas.
Sus únicos acompañantes serán sus tablas y sus cámaras. El mes que viene recorrerá las costas de Alaska durante más de 40 días. Después volará hasta la Patagonia chilena y, durante un mes, tratará de encontrar tubos ‘vírgenes’ sobre los que nadie ha galopado antes. En tono de broma dice que conoce las zonas al detalle, porque ha recorrido sus carreteras cientos de veces con Google Earth. Sueña con llegar allí para sentir el viento en la cara, examinar las corrientes y reconocer los fondos marinos, los tres elementos indispensables para producir olas.
A Kepa la tradición le viene de familia. Heredó sus primeras tablas de sus dos hermanos mayores, Eneko e Iker, que también fueron campeones de Europa y España. En su casa están acostumbrados a hacer las maletas y viajar a los puntos más recónditos del planeta para surfear. Kepa Acero llegó a competir en veinte pruebas al año por todo el mundo y apenas ponía el pie en su hogar. Hace siete años, cuando tenía 24, se cansó de viajar tanto sin visitar nada. Dejó la competición y, gracias a sus patrocinadores, cumplió su sueño de lanzarse a la aventura.
No tiene miedo a lo que le espera. Kepa declara sin vacilar que el único momento en el que se pondrá nervioso es a la hora de preparar el equipo para este ‘surfari’ (una palabra que aúna los términos surf y safari). Tampoco teme que le roben. «Es más probable que me muerda un tiburón, ya que normalmente no vive nadie en 300 kilómetros a la redonda de donde estoy», sonríe. Las gélidas aguas de Alaska tampoco le asustan, pese a que difícilmente superan los diez grados en verano. Es su medio habitual y asegura que el frío se puede evitar con un neopreno «más gordito», guantes, botas y un gorro.
Sus ojos de un azul metálico, como su apellido, se iluminan cada vez que habla del nuevo desafío. «Yo busco las olas, no las espero», afirma. ¿No son todas iguales? A los ojos de los inexpertos puede parecerlo. Pero los más entendidos en esta materia ven más allá y las describen de forma detallada, con una jerga singular, como si fuesen únicas e irrepetibles. Sentado sobre la arena de la playa cántabra de Liencres, donde se celebra el Amstel Cosmic Festival, Kepa sostiene que lo idóneo es cuando el mar está liso como un plato y de repente llegan cuatro olas seguidas.
La playa secreta
La indecisión se refleja en el rostro de Acero cuando le preguntan por el mejor lugar del planeta para coger tubos. El año pasado inició su hazaña ‘5 Olas, 5 Continentes’ e hizo las maletas para encontrar una respuesta a esta pregunta. Recuerda con especial cariño su escala en Namibia, aunque guarda ‘bajo llave’ la localización de esa playa, donde había gran cantidad de focas. Sus olas son extremadamente delicadas y solo rompen ocho veces por año. Masificarla supondría su fin.
La segunda etapa fue la isla virgen de Panaitan en Indonesia, entre Java y Sumatra, un paraíso natural donde Kepa estaba solo. Allí, las olas se perciben desde el horizonte y los surfistas sienten que es su turno. No pueden dejarlas pasar, casi rozan la perfección y hay que aprovecharlas. Quizás no haya otra mejor. Pero entonces llega la siguiente y su calidad es aún superior. Todo un infierno para los indecisos. Kepa convivió mes y medio con Iwan y su familia, unos nativos indonesios que le mandan un mensaje de texto cada vez que un extranjero con móvil se acerca por la zona.
El punto más peligroso de su vuelta al mundo fue Gnaraloo, en Australia. Allí un mal movimiento puede provocar un golpe fatal contra los fondos. Dar de lleno contra las duras cuevas de coral no es lo mismo que contra la blanda y áspera arena. A cambio, pudo compartir playa con canguros y surfear junto a tortugas marinas. «Siempre dejo una cámara grabando en la orilla. En la cinta se ve que, mientras yo cogía una ola, una ballena saltaba a pocos metros de mí», relata emocionado.
Otra parada fue Chile. Un amigo estadounidense le recomendó una ola situada a ocho horas al sur de Santiago. No conocía la zona, pero le fascinó, y por eso vuelve este año al país andino. Se juntaron todas las condiciones para que, durante unas pocas horas, aquella playa se convirtiese en un lugar sagrado. El viento aguantó, las olas llegaban separadas y chocaban contra el fondo antes de llegar a la orilla. El tiempo pareció detenerse durante unos minutos, como en un sueño.
La última escala de su viaje fue Mundaka. «No es porque sea mi casa, pero su ola de izquierda, es de clase mundial», afirma sin separar sus ojos de las olas. Kepa se define como un lobo de mar, y está seguro de que no sería capaz de sobrevivir mucho tiempo lejos de la costa.
http://www.elcomercio.es/rc/20110704/gente/peregrino-olas-201107040008.html

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